domingo, 17 de abril de 2011

Hasta dan ganas de morir: El Réquiem de Berlioz.

De pronto me dieron ganas de escribir. Y abrí un blog
De pronto me dieron ganas de escribir de algo que conozco muy poco.  Quizá por la tarde y la lluvia.
De pronto me dieron ganas de escribir de algo que conozco muy poco, la música. Del Réquiem de Berlioz.

Este sábado 16 de Abril, la Orquesta Sinfónica de Xalapa dio un concierto en la catedral de la ciudad de México. Presentó la Gran Misa de difuntos, opus 5 de Berlioz. ¡Vaya reto!

(Antes de continuar, es preciso aclarar que soy un analfabeto musical y que en gran parte le debo este nuevo gusto por la música a Orlando, que no es su nombre real, y que en lo sucesivo será O. Él ha sido mi sensei musical, de la música "buena", clásica, de esa que requiere de otros oídos para ser disfrutada. De la que rara vez se baila, se canta y que quizá mi papá utilizaría para dormir.  Hoy, por motivos varios, O no pudo ir. La música resonando en la catedral me ha provocado emociones que se han quedado dentro y no han encontrado vía de escape. Por eso lo escribo, seguramente. Lamento no conocer tanto de música para ser más específico en los términos, instrumentos y momentos del Réquiem, pero sin duda es algo que con el tiempo, la experiencia, escuchar música y reflexionarla se va perfeccionando. Por lo pronto les dejo mis impresiones perfectibles de este evento singular.)

El cielo gris a punto de llorar daba el tono perfecto a la velada. La misa se retraso porque el cielo no aguanto más y derramo algunas lágrimas inundando las calles del centro histórico. Como en todo concierto, el sonido era un caos, gente hablando, músicos afinando, celulares sonando, en fin, la catedral parecía un mercado, me recordó al Nuevo Testamento. De pronto, se hizo el silencio cuando Jesús, digo, el director de orquesta, Fernando Lozano, subió al atrio mientras el cielo gris a través de los ventanales sobre las cúpulas de la catedral empezaba a oscurecer, iluminado de vez en cuando por algún rayo. 

Comenzó a mover las manos.
Muy sutil, la música comenzó a recorrer los pasillos, a inundar las cúpulas, los recovecos y las figuras religiosas. Los coros elevaron la catedral al cielo, y por casi 90 minutos parecía un refugio del Dies Irae. Quizá afuera el mundo se estaba acabando, víctima de un diluvio o del fuego del infierno. Pero por dentro las columnas adquirían una fortaleza innombrable. La arquitectura jugó un papel importante, cuando el sonido resonaba en sus espacios y principalmente cuando de los cuatro puntos cardinales provenía música todo el templo se volvía tan pesado, tan indestructible, y solo vibraba la amenaza de una fuerza superior que parecía estar resguardando el recinto sagrado. Por momentos corría la sensación de que iba a irrumpir con todo su poder en medio del atrio, ofreciéndonos un espectáculo único, de redención, esperanza y fe que abrigaba el alma de los presentes. 

Ni la catedral se partió en dos, ni entró la mano de Dios, ni se acabó el mundo afuera y sin embargo eso se sintió. La música era un llamado directo al alma, que por momentos se elevaba por encima del cuerpo y se acercaba al centro de la catedral donde la música la acariciaba y le ofrecía consuelo a tantas penas. Si, mi escrito es muy católico, es, sin duda, porque la música es muy católica, yo no lo soy tanto. Justo pensé en el poder y la influencia de la iglesia católica en el arte y todos los regalos que nos dejó. Una tristeza que ya no sea así.

El final, tan breve, corto, sin estruendosos ni espectaculares movimientos, como si las puertas del cielo se cerraran una vez que entramos al paraíso, sutiles, discretas, para que los otros, los que se salieron a mitad del evento, no se dieran cuenta de que acababan de perderse un momento único de redención y de paz. Si así es la muerte, si así se siente, hasta dan ganas de morir.

Fue anunciado que el concierto sería dedicado a las víctimas de la violencia que vive el país en los últimos años. Un acierto. Lastima que todos aquellos matones nunca se pararían en un evento así. Si lo hicieran, otra cosa sería.

Como último apunte, siempre me han molestado los eventos gratuitos. Este no fue la excepción. La gente, tan grosera, comenzó a salirse a los 30 minutos de iniciado el proceso de sublimación. Una falta de respeto, si en el cine es molesto, en un concierto de este tipo debería ser inaceptable. Un celular sonando, gente hablando, y los ruidosos pasos al momento de abandonar el recinto sin duda son irritantes para los que estamos disfrutando del momento. Hasta ganas daban de que afuera el mundo estuviera agonizando de verdad y todos los insolentes ruidosos se extinguieran también.

Para los que no se enteraron del evento, aquí una muestra del Réquiem. Imagínense esto en la Catedral Metropolitana. 


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